sábado, 7 de mayo de 2011

Cafetería Tánger

Cafetería Tánger.

En la acera de enfrente.
Justito enfrente del Museo Serralves

En un caso normal, no podríamos decir que una cafetería que se sale del cinturón interno de Porto cuente con una buena crítica, pero estamos en un caso diferente. Y no, no se trata de un servicio maravilloso ni un local de diseño. La cafetería de la que vamos a hablar hoy está situada en la acera de enfrente de la asociación Serralves.

A pie de carretera con una terraza corriente y moliente, Tánger presentaba esta tarde (no se si de diario) un bonito espectáculo sobre cómo una jovenzuela hacía compañía a un señor a todas vistas unas décadas más mayor que ella. Y eh, que no me meto con lo que nadie hace; no me meto a no ser que la chica se pase mirando a los miembros del grupo uno por uno lo que ha durado el café, no sabemos si tratando de llamar la atención o como simple curiosidad a nuestras miradas.

El interior del local, que esta época pierde cierta importancia, era pequeño, con un par de mesas y una estantería de tabaco y alcohol que lo hacía parecer parecía más bien un estanco grande. Una señora vestida de diario, muy sonriente, nos ha atendido en la terraza; pero se ha empeñado por todos los medios en que consumiéramos cualquier (cualquier) cosa que llevara jamón de york y queso. Sus técnicas de seducción era enseñarnos el paquete de pan bimbo con una enorme sonrisa, entre otras. No había apenas variedad en la bollería, aunque el pequeño bollo con nata que han servido no tenía mala pinta.

Sentarse a ver los coches pasar en una cafetería perdida la mano de dios responde a dos situaciones; una, que vivas en la zona y no tengas cafetera en casa, o dos, que estés esperando (como nosotros) para ver las exposiciones de Serralves. El privilegio de estar tan cerca del museo ha hecho que nos sentemos en la terraza, y no la sombra que arrojaban los edificios sobre el local; eso sí, esta sombra nos proporcionaba corrientes de aire fresco que contrarrestaban un poco el calor acumulado en una hora de camino hacia la zona.
El café, de marca Delta, tenía su correspondiente y deliciosa capa de espumita por encima, a un precio que no te hace gritar; y no esperaríamos menos estando donde está, y contando con que el museo tiene una cafetería que, por hablar de pijotadas, diremos que sus sillas fueron diseñadas por el mismo arquitecto del edificio.

Pero claro… el sentarte en una de esas sillas aumenta unos céntimos el precio del café. Buena opción para los que puedan vivir sin los altos impuestos del museo.

CAFÉ: Un Delta bastante aceptable.           

BOLLERÍA: Escondida por ahí, se empeñan en venderte productos de queso y york.  

SERVICIO AL CLIENTE: Una señora muy amable,

PRECIO DE UNA MEIA DE LEITE: 0,85 €… en relación al lugar, aceptable.